Estar en Roma y no pasar por la Basílica de San Pedro y la Capilla Sixtina, es un “pecado” para los creyentes y para los no creyentes.
Así que ahí fuimos. Salimos de la Estación de Términi y en la misma puerta hay una parada de autobuses urbanos y cogimos uno adaptado (no lo están todos, hay que elegir el que sea accesible para nosotros).
Nos dejó en la parte posterior del Vaticano y desde allí nos acercamos a ver la Plaza y la Basílica del San Pedro del Vaticano.
Para acceder a la Basílica hay que atravesar un camino perfectamente señalizado con distintas rampas intermedias, algunas con demasiada pendiente para subirlas solo con mi silla. Una vez dentro, se puede admirar la Basílica y es espectacular, te sientes diminuto ante la imponente estructura y cúpula central. La estética y los ornamentos artísticos son impresionantes, de los que se ven pocas veces.
SE PUEDE LLEGAR A LA PARTE SUPERIOR DE LA BASÍLICA DE SAN PEDRO CON SILLA DE RUEDAS.
Por cierto, hablando de la cúpula, podemos subir con ascensor hasta la parte superior de la Basílica y admirar desde su tejado la inmensidad de la Plaza de San Pedro, recordando las imágenes que siempre vemos en televisión, además de unas buenas vistas de Roma. Subir a la cúpula no se puede en silla de ruedas, ya que se hace por unas escaleras de caracol muy estrechas.
Vista la Basílica de San Pedro, decidimos visitar la Capilla Sixtina, que está en el museo del Vaticano, en un edificio cercano, sino anexo.

Impresionante las filas que se forman para acceder. En algunos casos hay que esperar hasta más de 2 horas para entrar. Las personas con discapacidad no tenemos que esperar, una pequeña ventaja dentro de las limitaciones que encontramos otras veces y que es de agradecer. La entrada es gratuita para la persona en silla de ruedas y para su acompañante.
Yo no entiendo mucho de arte, es más, a veces me aburren algunos museos, pero he de reconocer que la visita merece la pena. Allí impresiona todo, los cuadros, los frescos, los techos, las esculturas, impresiona hasta la cantidad de gente que cabe allí.

Para recorrer el museo hay una serie de ascensores y plataformas salvaescaleras que nos lo hacen accesible en su mayor parte. También hay baños adaptados y cafetería, para no tener que salir hasta que no acabes la visita.
Sobre las 4 p.m., cansados de dar vueltas y vueltas en el museo del Vaticano, y sin terminar de verlo todo (necesitas todo el día para verlo corriendo), decidimos salir, comer algo y pasear.

Nos alejamos un poco del museo del Vaticano en dirección al Castillo de Sant´Angelo (20 minutos) y a mitad de camino, en la calle “Vía Stefano Porcari”, encontramos un sitio para comer excepcional, con las tres “B” (Bueno, Bonito y Barato). Era una especie de pequeña panadería, bien ambientada y en la que nos comimos una de las mejores pizzas que hemos comido. También tenían comida casera para llevar (Pennes con salsa boloñesa, croquetas, etc.). Y para redondearlo, la regentaba un tío genial, afable, cercano y muy amistoso. Vamos, el sitio ideal.

Bien comidos, nos acercamos al Castillo de Sant´Angelo, que lo encontramos cerrado. La verdad es que tenía muy buena pinta, pero como no teníamos tiempo para volver otro día, decidimos dejarlo para otra vez que volviésemos a Roma.
Para terminar el día, volvimos al hotel dando un paseo por las calles y plazas del centro, tomando un helado y un café en distintas paradas, disfrutando de lo que había sido un perfecto día en Roma.