La última vez que estuvimos en Cantabria (hace un año), fuimos un grupo de silleros (Pablo, Iñaki, Izaskun y yo) y descubrimos parte de los lugares más emblemáticos de esta maravillosa provincia. Este año hemos visitado los otros lugares, los que son algo menos conocidos, pero que le dan un sabor especial a un viaje. Son los lugares que podemos visitar todos un fin de semana normal, son sitios para disfrutar del lugar, de sus productos y de sus gentes.
En esta ocasión, para que veáis que es para todos, vamos dos y medio, Izaskun, yo y el pequeño Fran, que verá la luz a finales de junio. Así que os vamos a contar un viaje accesible y familiar.
Como siempre, los chicos de Cantabria Turismo se portaron de forma espectacular y nos trataron de manera tan cercana, que parecíamos de su propia familia. Esta vez nos acompañó Jana, una excelente cicerone y compañera de viaje, con la que hicimos una muy buena amistad, que seguro perdurará por mucho tiempo, como la que hicimos con sus compañeros del año anterior (Carolina, Francisco y Ramón).
Para iniciar el viaje, tuvieron un detalle de bienvenida único, nos regalaron una camisetita de Cabárceno para Fran, con lo que nos llegaron al corazón y sumaron un Cántabro más, aunque nazca en La Rioja.

El finde empezaba muy bien y el tiempo acompañaba (siempre nos acompaña en el norte, aunque los meteorólogos digan lo contrario), que más se puede pedir….. , así que ¡¡¡¡A rodar!!!!!

Era viernes al mediodía y llegamos a Solares, un pequeño pueblecito en la zona oriental de Cantabria, cerca del mar y a un paso de Santander, muy conocido por el agua mineral de su mismo nombre y por un Balneario con más de un siglo de historia que bien reformado, es un lugar espectacular para poder disfrutar.

Comimos en el Restaurante La Bicicleta, muy bien decorado, con una cocina muy buena (para no perderse la tarta de queso al horno) y con algo muy importante después de un largo viaje, baño adaptado. Para acceder al restaurante existe una rampa en la que se puede necesitar ayuda de tercera persona. Aun así, es un sitio muy recomendable si visitáis la zona.




Por la tarde, para bajar la comida, visitamos el Molino de las mareas y el observatorio del arte, todo ello en Arnuero, en el Ecoparque de Trasmiera, a unos minutos de Solares, donde habíamos dejado el coche e íbamos a alojarnos.




La tarde se pasó en un plis/plas, había que volver al hotel, que al día siguiente había mucho por conocer.
Si queréis más información de este recurso turístico podéis leer este post.
El Hotel de la primera noche fue el Hotel Balneario de Solares, reformado recientemente, con 3 habitaciones adaptadas, muy amplias y muy cómodas. Desde el hotel se puede acceder directamente al Balneario con una silla de ruedas de agua que te prestan allí mismo. El Balneario es casi completamente accesible en su totalidad, ya que a la piscina termal se accede mediante rampa, las cabinas de tratamiento son amplias, de fácil acceso y todo está comunicado con ascensores. Sólo es inaccesible los chorros de agua y unos pequeños jacuzzis. Un lugar idóneo para relajarse y terminar un primer día de viaje.

Relajados y sin madrugar mucho (como apetece un fin de semana de relax y disfrute), iniciamos el sábado camino de la Quesería La Jarradilla.



Con la visita a la quesería y la degustación de quesos, echamos toda la mañana. Aun estábamos degustando sus magníficos quesos y debatiendo con ellos todos los entresijos de la quesería y la familia, cuando llegó el momento de marchar. ¡Qué pena que se hiciese tan corto! Cómo se disfrutan estas visitas que te las explica el propio productor, transmitiéndote sus vivencias…. Una gozada.

Y para rematarlo, el sitio tenía baño adaptado. Vamos que están perfectamente preparados.
Más información de esta actividad pinchando AQUI
A la carrera y con el regustillo del queso en la boca, llegamos al restaurante del Hotel Balneario de Puente Viesgo, donde disfrutamos de un menú especial de las verduras (justo llegamos la semana que la hacían especialmente dedicada a ellas, que le vamos a hacer, hasta para eso tenemos suerte, ya que nos encantan). Todo estaba buenísimo, la preparación espectacular y el restaurante a reventar, todo un éxito.
El restaurante dispone de baño adaptado, pero el acceso se realiza mediante una rampa en la que puedes necesitar ayuda de una tercera persona.

Después de una comida suculenta, con una tarde preciosa, hicimos lo que más apetecía, dar un paseo por la Vía Verde del Pas (para bajar un poco la comida), que tiene su inicio casi en la misma puerta del Hotel.
El recorrido es muy accesible para silla de ruedas, ya que es muy llano y está completamente asfaltado. Es un paseo por donde iba el antiguo ferrocarril Astillero-Ontaneda, que discurre bordeando el río Pas y entre bosques caducifolios y los valles pasiegos cántabros. Tiene aproximadamente unos 13 Km. y es un paseo muy relajado.

Nosotros, como hacía mucho calor y estábamos un poquito pesados, no hicimos mas que un trocito, hasta el primer bar que encontramos, donde nos tomamos un cafecito, sentados en la terraza, disfrutando del paisaje y la buena compañía.

¡Qué día tan perfecto!
Ya de vuelta a Santander, donde íbamos a dormir al Hotel Santemar, no hacíamos mas que comentar lo bien que lo habíamos pasado durante todo el día….
El Hotel Santemar, con una ubicación envidiable (a pocos metros de la playa del Sardinero), es un sitio idóneo para alojarse en Santander. El hotel es accesible y dispone de 2 habitaciones adaptadas, pero en las zonas comunes, como están a distintos niveles, están conectadas por rampas en las que se puede necesitar ayuda de tercera persona para poder salvarlas.


De aquí a donde cenábamos, Restaurante Maremondo, estábamos a un paso. Un sitio ideal, con cafetería y restaurante en primera línea de la playa del Sardinero, todo un lujo.
Allí nos esperaba Carolina, nuestra primera cicerone en Cantabria, con quien hicimos muy buena amistad y nos encantó volver a verla. Imaginaos, estuvimos toda la cena recordando el viaje anterior y lo bien que lo pasamos. Además de ponernos al día de todo lo que nos había ocurrido hasta la fecha, que no eran pocas cosas por ambas partes…

La cena estaba deliciosa, pero fue una pena que tras estar todo el día en un pienso (jejejeje), llegamos a la cena casi sin hambre, por lo que nos dedicamos principalmente a disfrutar del momento, de la compañía y de la conversación. Tan a gusto estábamos, que casi nos cierran en el restaurante. Se fue el tiempo volado.
Volvimos al hotel y recuperamos fuerzas para el día siguiente, que prometía mucho.
Tanto prometía, que os lo contaré en el siguiente post (nombre del post), que no me quiero dejar nada.
Escrito por Kity.
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